“El Niño y la Garza”, último tesoro de Hayao Miyazaki y su Studio Ghibli, arribará a cines argentinos el 11 de enero, tras su éxito global. La obra, que ha cosechado premios en festivales y un total suceso en taquillas internacionales, promete una odisea visual y emocional típica del maestro del anime, y se perfila ya como una cita imperdible para los devotos del arte narrativo de animación. Es la vuelta triunfal de un genio que sigue maravillando al mundo.
En “El Niño y la Garza”, el Studio Ghibli nos presenta una historia que sigue la travesía de un niño llamado Mahito Maki, quienes encuentran una garza hablante que le promete ayudarlo a reunirse con su madre fallecida en un mundo paralelo. Con un argumento lleno de significados profundos, la película nos muestra cómo su personaje principal aprende a enfrentar la pérdida y a encontrar su camino en la vida. Con la habitual calidad visual y narrativa de Ghibli, esta película es una joya que no se debe perder.
Studio Ghibli eleva el estándar con “El Niño y la Garza”, ya que la fluida animación y meticulosa composición de cada toma supera a sus predecesoras, convirtiendo cada cuadro en un festín visual. Particularmente, la secuencia inicial es una obra maestra de creatividad cromática y coreografía que se alza como un deslumbrante deleite visual, quizás insuperable en la historia de animación de Miyazaki y Ghibli.
La música es otro acierto en el film, gracias al genio Joe Hisaishi, colaborador frecuente de Miyazaki. Su banda sonora acompaña con maestría cada matiz de la película, desde la tensión hasta la dulce melancolía. La sinergia entre las melodías de Hisaishi y las mágicas imágenes animadas potencian la buena dirección del filme, ubicándola, posiblemente, en la cima del arte cinematográfico de este estudio que nunca decepciona.
Un film que destaca no solo por su dirección artística sino también por la contundencia de sus personajes. Siguiendo la tradición de Miyazaki, la cinta trasciende como un drama humano con algunos toques de humor, con un trasfondo muy psicológico. Mahito y Himi son ejes de una narrativa que explora sus traumas con meticulosidad, mientras que incluso los roles secundarios, como Kiriko, Natsuko y el padre de Mahito, poseen un desarrollo que los dota de una identidad completa y notable.
“El Niño y la Garza” podría haber sido un adiós magistral de Miyazaki, eclipsando con su ambición el minimalismo de “El Viento se Levanta” y la inocencia de “Ponyo”. Esta cinta se destila como su oferta más fluida y audaz en años, posándose para rivalizar con “El Viaje de Chihiro” y “La Princesa Mononoke”. Sin embargo, nada supera a un Miyazaki desenfrenado, y esa es la esencia de su última joya. Nos entrega un Miyazaki en plenitud, sin restricciones, que bien podría marcar otro pináculo en su ilustre carrera.
Con más de cincuenta años de carrera, Miyazaki no pierde su capacidad de asombrar, y “El Niño y la Garza” es prueba de ello. Aunque a ratos parezca un despliegue desmedido de libertad creativa, al final, logra una narrativa con un inmenso corazón, una animación que corta la respiración, y una de sus creaciones más imaginativas. Aunque no sea su obra cumbre—título que algunos otorgan a “El Viento se Levanta”—sí “El Niño y la Garza” cierra su filmografía, queda como un testamento de la vasta ambición y curiosidad de Miyazaki. Su legado es, incuestionablemente, y se reafirma que es uno de los grandes maestros del cine.