“Priscila”, la última película de Sofia Coppola, estrenada para fines del 2023 en Argentina, ofrece una visión íntima y conmovedora de la vida de Priscilla Presley, contrastando con la frenética biografía de Elvis presentada por Baz Luhrmann recientemente. Mientras este ultima capturaba décadas de impacto cultural en unas pocas horas, Coppola se centra en el desequilibrio fundamental de la relación entre Priscilla y Elvis, explorando las inequidades creadas por la edad, el género y el estrellato.
La actuación confiada y burbujeante de Olivia DeJonge como la joven Priscilla es breve pero impactante, ofreciendo un vistazo a la soledad compartida de dos espíritus afines unidos por el destino. Adaptada de las memorias de Priscilla Presley, “Priscila” nos invita a reflexionar sobre la complejidad de perseguir nuestros sueños juveniles y las duras lecciones que a menudo implican.
Cailee Spaeny interpreta a Priscilla, una joven de 14 años que vive en 1959 en Wiesbaden, Alemania Occidental, como hija de un capitán de la Fuerza Aérea. Una noche mientras está sentada en un bar del lugar, un hombre atractivo mayor se acerca a ella con una sugerente propuesta de conocer a Elvis Presley. A pesar de su seguridad en que sus padres no la dejarán, el hombre convence a su padre de lo contrario.
Priscilla, ansiosa, elige su vestido y es llevada en un coche enviado por Elvis. Al llegar a su casa, Elvis está rodeado de admiradoras jóvenes, y después de una interacción donde él se burla de su edad. Su primer encuentro con Elvis en Alemania Occidental despierta preguntas sobre la madurez de Priscilla, algo que Elvis mencionaría más tarde a sus padres al justificar su interés por una joven estudiante de noveno grado. Esta historia evoca la compleja dinámica de seducción entre adultos y jóvenes, llevando al espectador a reflexionar sobre el poder y las relaciones en la vida de una joven inmersa en un entorno en constante cambio.
La pareja de actores lucen bien en sus roles pero no conectan en la mayoría delas escenas durante todo el film. Las primeras escenas de la película capturan una melancolía que evoca a “Lost in Translation”, mostrando a un hombre mayor y una mujer joven reunidos en un país ajeno, compartiendo su nostalgia a través de un romance sin contenido sexual. El Elvis interpretado por Jacob Elordi exhibe una sinceridad increíble al rechazar el encanto adolescente de Priscilla, ofreciendo una interpretación íntima y acústica de su atractivo.
Aunque Jacob Elordi no imita exactamente a Presley, logra canalizar su esencia de manera convincente. Coppola logra transmitir el encanto de Elvis sin depender en gran medida de su música. La película contrasta la floreciente sexualidad de Priscilla con la obsesión de Elvis por su pureza, mostrando su deseo de poseerla como una muñeca en lugar de un amante.
Coppola nos conduce a través de la felicidad temprana y secreta de esta historia de amor, así como por los oscuros pasadizos de confusión que más tarde surgen en el camino de la protagonista. Sus característicos montajes rápidos nos transportan a un mundo femenino de mediados de los años 60, mostrando la importancia del maquillaje y los accesorios en la vida de una joven, donde la elección correcta podía significar la diferencia entre una eternidad de alegría conyugal o una vida de soltería.
Rodada por Philippe Le Sourd en tonos profundos y secretos, la película es tan íntima que parece tener lugar dentro de una caja de zapatos caros, con toda la acogedora claustrofobia que eso implica. Podríamos llamar a esta película el anti-Elvis, ya que difiere en su enfoque estrecho y subjetivo, y se niega a adoptar una perspectiva mítica sobre el propio Elvis, retratándolo como un controlador emocionalmente ausente.
Coppola sigue el viaje de autodescubrimiento de Priscila, mostrando su transformación desde una ruborizada novia infantil hasta una esposa de trofeo descontenta, mientras la atracción del mundo del espectáculo va perdiendo su brillo de cuento de hadas gradualmente. La astuta inteligencia emocional de la película radica en mostrar el cortejo a través de los ojos inocentes de la niña, sin exagerar la madurez o sabiduría de Priscila más allá de sus años. Spaeny evita la tentación de retratar a Priscila como demasiado madura, dando una interpretación que refleja a la verdadera adolescente que era.
Priscila se presenta como un contrapunto al personaje conocido de Elvis, el tramo final revela un desenfoque lento hacia la infelicidad, mostrando a Priscila despertando a la realidad de una vida decadente y solitaria. La película sumerge a la audiencia en esta burbuja de desencanto, generando una sensación de ansiedad por escapar de ese hogar soñado bajo el nombre de Graceland.