05 Nov
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Federico Olivera, reconocido actor, director y dramaturgo argentino, vuelve a sorprender con su última obra, El fondo de la escena. Una pieza que continúa con éxito en la cartelera porteña desde mayo, donde el espectador se verá sumergido en un tema profundamente resonante: la complejidad de la identidad familiar y las tensiones que emergen en situaciones límite. Este tercer trabajo como autor y director se inscribe en un contexto donde la búsqueda de la autenticidad se enfrenta a las imposiciones sociales y familiares. Las funciones son los sábados a las 19hs, en el Portón de Sanchéz, Sánchez de Bustamante 1034, CABA. 

La trama gira en torno a tres hermanas que se reencuentran en un sanatorio donde su madre ha sido internada de urgencia. Este sanatorio, en crisis y desmantelándose, se convierte en el escenario de una película de terror que se está filmando en sus instalaciones. La peculiaridad de este formato —la mezcla entre la realidad de las hermanas y la ficción del rodaje— sirve como metáfora de la lucha interna que enfrentan: ¿pueden realmente decidir su destino o están condenadas a ser meras figuras en una narrativa ajena? 



El conflicto se intensifica con la urgencia de encontrar un donante para su madre, lo que desata viejas rivalidades y deseos ocultos. Este escenario provoca una reflexión profunda: la vida se convierte en una actuación, donde cada uno juega un papel predefinido. La inautenticidad de la existencia se revela en la caída de las hermanas hacia roles que la sociedad espera de ellas, cuestionando si realmente son dueñas de su historia o si simplemente repiten un guion impuesto. 

A medida que avanza la obra, se plantea la pregunta sobre la memoria y el olvido. La figura de la madre, ausente pero omnipresente, sirve como un recordatorio de lo efímero de la vida. En este sentido, Olivera logra construir una atmósfera en la que la "actuación" ante la cámara se convierte en un refugio y a la vez en una prisión. La sensación de desamparo y la sombra de la muerte se entrelazan con el humor y la comedia, creando un equilibrio delicado que mantiene al espectador cautivado. 

La dirección de Olivera destaca por su capacidad para fusionar el drama y la comedia de manera orgánica. La obra se mueve entre momentos de risa y reflexión, donde las disputas familiares se tornan hilarantes a pesar de su carga emocional. Cada personaje está meticulosamente construido, lo que permite a los actores destacar sus matices. 



Las interpretaciones de las hermanas, interpretadas por Fernanda Bercovich, Fabiana Brandán y Fiorella Cominetti, son especialmente notables; logran capturar la esencia de la complejidad familiar con una precisión que emociona. Un recurso narrativo inteligente es la voz en off que guía al espectador a través de la trama, añadiendo capas de significado y generando gags que enriquecen la experiencia. 

Este elemento, junto con la cuidadosa iluminación de Matías Sendón y el diseño de arte de Natalia Byrne y Ezequiel Galeano, crea un ambiente propicio para la reflexión y el asombro. La estética visual es impactante, con juegos de sombras que evocan la dualidad de la vida y la muerte, lo que es particularmente relevante en el contexto de un sanatorio en descomposición. 

El fondo de la escena no solo es una obra de teatro; es un espejo que refleja las tensiones y alegrías de la vida familiar. En un momento en que el país enfrenta incertidumbres y desafíos, la pieza de Olivera se erige como un faro de esperanza, recordando la importancia de la risa y la conexión humana, incluso en los momentos más oscuros. En definitiva, la obra es una experiencia enriquecedora que desafía al espectador a confrontar sus propias historias familiares y su búsqueda de autenticidad. 


Actúan: Fernanda Bercovich, Fabiana Brandán, Fiorella Cominetti, Lautaro Murua, Fernanda Pérez Bodria,  Catalina Piotti y Santiago Zapata


La combinación de comedia, drama y sátira en el texto, junto con las actuaciones comprometidas del elenco, culmina en una obra que merece ser aplaudida. La dirección de Olivera brilla en su capacidad para equilibrar cada elemento, llevando a cabo una narración que es, al mismo tiempo, profundamente personal y universal. 

El fondo de la escena es, sin duda, una obra que invita a la reflexión y que dejará huella en quienes la vean, recordándonos que, en el fondo, somos todos actores en la gran película de la vida.


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