La Ciudad de Buenos Aires cada año eleva el porcentaje de este método que convierte a los muertos en cenizas
El calentamiento global y el cambio climático son temas claves para el desarrollo sostenible. Y es por ello que tanto las empresas como las autoridades tienen el compromiso de desarrollar medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI). El sector funerario en menor medida ha tratado de sumarse a esta tendencia pero ya sea por un tema socioeconómico, cultural o social. Dicha meta se le ha vuelto imposible por el incremento de la cremación como técnica de tratamiento de los cuerpos difuntos en los últimos años en el mundo. Y Buenos Aires no escapa a dicha tendencia. Según datos oficiales, en 2020 sobre un 58% de los 24.157 muertos que ingresaron a los cementerios porteños fueron convertidos en cenizas.
En los crematorios la falta de transparencia sobre el impacto ambiental de las emisiones de gases es absoluta. No influye el tipo de combustión que usen en los hornos, gasoil o gas natural, las emisiones de dióxido de carbono que emite un cuerpo humano cuando es quemado es de 27 kilos, según especialistas, como el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España). Y aunque esa cifra parece alarmante representa en promedio el equivalente al 3% de las emisiones de carbono que produce una persona viva a lo largo de un año, según la Asociación Francesa de Información Funeraria (AFIF). Pero resulta inquietante si se tiene en cuenta en realidad la cantidad de muertos que entran por día en un crematorio. Otro problema que acarrea la cremación es el tipo de madera del cajón, no todos los países han introducido féretros de madera certificada no contaminante o urnas de papel o biodegradables.
A esto también se suma dos hechos más, el mercurio aun presente en las amalgamas dentales de las personas mayores fallecidas. Aunque esto depende del crematorio, ya que algunos las retiran antes de incinerar, y existen ciertos filtros eficaces para evitar la propagación de dicho metal. Otra fuente de contaminación también depende netamente de la ética de la funeraria, alguna siguen ofreciendo a los familiares el tratamiento de tanatopraxia para los cuerpos, aun sabiendo que va a ser incinerado. Que consiste en usar formol para la conservación del cuerpo, en promedio unos 6 a 10 litros, un líquido extremadamente contaminante aun siendo quemado.
¿Las cenizas son un problema ambiental?
Según especialista la cremación de un solo cuerpo corresponde al impacto ecológico que produce un embotellamiento o atasco de cinco minutos en hora pico de una avenida principal de cualquier ciudad. El principal impacto ambiental de la cremación es atmosférico, ya que se liberan hidrocarburos sin combustión, monóxido y dióxido de carbono, partículas de óxidos de azufre y nitrógeno, más otros compuestos orgánicos volátiles.
Estas sustancias contaminantes se dispersan en el aire, contaminando el suelo y agua del lugar donde se sitúa el crematorio. Afectando a la población cercana y también se pueden transportar a grandes distancias, y sufrir transformaciones físicas y químicas, pasando numerosas veces al suelo, al agua o a los alimentos. Vivir o trabajar cerca de un crematorio simboliza un amplio porcentaje de efectos sobre la salud. Que van desde problemas respiratorios, enfermedades del corazón, alergias, malformaciones y hasta cáncer en niñes y adultes.
En síntesis, las cenizas funerarias no son en realidad un problema ambiental. El impacto ambiental se da la emisión del crematorio, y esto también depende a los filtros adecuados que se usen o no en el sistema, para retener ciertos tóxicos que se pueden generar con las altas temperaturas.
La cremación en la Ciudad de Buenos Aires
En Argentina la cremación se propuso en 1979 de la mano del Doctor Pedro Mallo. Pero en realidad se comenzó a usar el 26 de diciembre de 1884, tras la muerte por fiebre amarilla de un paciente llamado Pedro Doime. Se implementó incinerar su cuerpo en el Hospital Muñiz, como prevención de una posible nueva epidemia, tras la sufrida en 1871 que costó alrededor de 15.000 vidas. Para 1886 se emitió una ordenanza que obligaba a incinerar todo cuerpo proveniente de alguna epidemia o la persona que lo solicite. Y para ello desde 1903, existe en el Cementerio de la Chacarita (ex Cementerio del Oeste), un crematorio. Que para 1914 sumo nuevos hornos y una ampliación del edificio en 1930.
Hoy en la Ciudad de Buenos Aires el servicio de cremación está nucleado en es único lugar, el Cementerio de la Chacarita. Un espacio que recibe cuerpos de otras necrópolis como la de Recoleta y Flores. Y que hoy cuenta con dieciocho hornos, lo cual le posibilita tener una funcionalidad de hacer 12 cremaciones por hora. Además de 20 operarios que los manipulan, que pueden estar activos 18 horas al día. Hoy un 60 % de los restos mortuorios de la ciudad se incineran, pero es una opción que por motivos económicos o libertades religiosas sigue creciendo a razón de un 1 o 2% por año, según datos oficiales. Más de 900 grados de temperatura son necesarios para reducirlos a cenizas.
Un dato a tener en cuenta, un cuerpo que ingresa a una necrópolis local. No importa lo que expreso el difunto, tarde o temprano termina en cenizas. Ya que si no pasa por el crematorio en un principio, lo hará luego de unos pocos años. La permanencia en tierra ronda unos 8 años para la reducción del cuerpo y luego en nicho otros más. Pero lo máximo que un cuerpo permanece en un cementerio son 30 años luego sus huesos se queman y son convertidos en las inevitables cenizas.